EN BUSCA DE UN NUEVO CONTRATO SOCIAL

Aureliano Rodríguez | Opinión | Cartagena | Siempre me impactó el silencio decadente, nostálgico, opresivo y brumoso que envuelve a nuestra sociedad cartaginense. Es el nuestro un pueblo que no avanza, en conflicto permanente, aparentemente carente de raíces y tradiciones, sin memoria ni antepasados, aunque, de vez en cuando, enarbola una enseña de rebeldes sin causa. ¿Quejarse? «¡Todo está bien!», se repite una y otra vez -a modo de Kaa, en Disney-, mientras las pupilas -fijadas en unas manecillas delicadas y finamente esculpidas- cada vez más cansadas, siguen el ritmo del sofisticado y antiguo reloj de bolsillo, oscilando, en su bella cadena de plata, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en una misma aburrida y silenciosa cadencia.

Pasó tiempo, mucho tiempo. A través de las conferencias y libros de Pedro María Egea Bruno -de la información trasmitida- pudimos vislumbrar la represión y alcance que se abatió sobre Cartagena después de la contienda civil en 1936/9 que sonaba distante y ajena. D. Manuel Martínez Pastor, en «Los años de la victoria«, ofreció un contrapunto nítido y sencillo complementando la visión del ahora historiador emérito de Historia Contemporánea en la Universidad de Murcia. Ambos -y otros- ayudaron a vislumbrar lo ocurrido. La represión minó profundamente los cimientos de nuestra sociedad y le infundió miedo, latente a modo de herencia e inercia aún en nuestros días.

En Cartagena, los vencedores no solo reprimieron a los llamados rojos, también a los llamados azules (se podrá objetar que no con igual virulencia a los primeros). Uno de mis antepasados fue atrapado en la represión por su afiliación comunista. Uno de sus hijos varones, al quedar la familia sin ingresos optó, según la mitología familiar, por unirse a la División Azul.

Pero, antes y ahora, Cartagena es una Base Naval (siendo objetivo del extinto Pacto de Varsovia. 14/5/1955 a 1/7/1991). Ahora, también es un polo energético e industrial de sin igual renombre en España. Esto significa que, por diversas razones, variados servicios de información, tanto uniformados como vestidos de civil, merodean, cuidan nuestra paz social y coexisten compartiendo café, asiático o chocolate con churros a nuestro alrededor de manera constante. Los servicios de información, también difunden, cuando se requiere, mentiras contagiosas.

Es común, ignorar los valores y aspiraciones profundas de nuestra sociedad anteriores a la guerra civil del siglo XX. Tampoco las ambiciones en la época anterior al Cantón (no debemos olvidar que los términos del acuerdo de Capitulación de la ciudad, en 1874, no se cumplieron y hubo represión). En general, la escasa información que dejaron los vencedores de ambas contiendas, y a las que podemos acceder sobre los períodos mencionados nos evidencia la parte más rústica, no tanto la sofisticada y culta. Sin embargo, es urgente recuperar los valores humanistas y ponerlos en valor proyectando un nuevo Contrato Social o pereceremos.