El timo de la estampita, no caigas otra vez

Jesús de las Heras | Opinión | Hace unos cuantos años, allá por 1959, el director de cine Pedro Lazaga nos obsequió con una película muy divertida, Los tramposos, en cuyo inicio (minutos 12 a 18) se ilustra de modo bastante claro en qué consiste el timo de la estampita: un pícaro se hace el tonto y aborda a un viandante con el cuento de que se ha encontrado un sobre lleno de estampitas, que en realidad son billetes de mil pesetas, y se los quiere vender a razón de una peseta por cada estampita. El primo piensa que va a hacer el negocio de su vida, y le da el dinero que lleva encima, y luego se va rápido para que el tonto no vuelva para desahacer el trato. Pero cuando abre el sobre, ve que hay solo papeles en blanco en lugar de los billetes.

Esa película me encantó en su día, siendo un niño, y me reí mucho con las gansadas de Tony Leblanc, Conchita Velasco, Antonio Ozores y otros actures desgraciadamente desaparecidos. Y si ustedes la ven (está disponible en Filmin), es nuy posible que piensen lo que pensé yo en aquella ocasión: que la víctima del timo es un primo, el verdadero tonto al que es fácil de engañar por un individuo que se hace el tonto para sacarle el dinero, pero que eso no nos va a pasar a nosotros, porque somos más listos y no nos creemos nada. ¿En serio?

Lo dudo, porque cada cuatro años hay unos listillos que se disfrazan de representantes nuestros, que dicen que van a beneficiarnos desde la Sede de la Democracia, las Cortes Españolas, y que si les votamos van a hacer todo lo posible, y parte de lo imposible, para mejorar nuestras vidas. Y nosotros, como el listillo de la película, vamos y les votamos. Pero si bien aquel puede deshacer el trato si pilla al pillo, sobre todo si cuenta con la ayuda de un policía, nosotros no tenemos ninguna manera de retirarle el voto, es decir, deshacer el trato que hemos hecho, a los pillos que nos convencieron de que iban a hacer lo contrario de lo que hacen cuando han conseguido su objetivo. O si no piense usted: ¿en qué ha mejorado su vida después de haber votado a su partido político? Claro, usted piensa —quizá— que si hubiera votado a otro, o si hubiera ganado otro partido, la cosa hubiera sido peor.

Es posible que lo piense usted honradamente, pero se equivoca: el otro partido habría hecho lo mismo. Aparte de algún caso puntual, como Zapatero o Sánchez, que son la demostración de que este régimen partitocrático puede ser peor que lo que conocíamos, es irrelevante quiénes gobiernen, puesto que el Gobierno y los diputados están aforados. Si cometen abusos o prevarican, o simplemente no hacen las cosas mejor porque no tienen más luces, no hay forma de exigirles responsabilidades, ni mientras estén en el ejercicio del poder, ni después, pues es muy posible que sus delitos hayan prescrito cuando dejen el poder. Y si no lo han hecho, el gobierno siguiente puede indultarlos o —incluso si se atreve a violar la propia constitución— amnistiarlos. Y el ciudadano de a pie se queda con la misma cara que el pardillo timado por el tonto de la estampita. Llegadas las siguientes elecciones, uno puede votar a otro partido, y estima que así penaliza al que le engañó. Pero el nuevo Gobierno y el nuevo Parlamento volverán a engañarle, porque hará lo mismo que el anterior, aunque sea con otro estilo. ¿No recuerda usted que Mariano Rajoy, el que nos iba a bajar los impuestos y subirnos el suelo, hizo todo lo contrario? ¿No recuerda usted que los socialistas iban a derogar la Ley Mordaza en cuanto llegasen al poder?

Y eso es posible en España porque no es posible que el pueblo pueda acusar en Sede Judicial al Gobierno por incumplimiento de su Programa Electoral, ni que los jueces puedan anular su nombramiento si estiman que el pueblo tiene razón. Solo nos queda el recurso, como dicen los propios candidatos u opinadores a sueldo, que la forma de castigarlos es votar a otro partido las siguientes elecciones. Y, mientras tanto, soportar la dictadura de un Gobierno y unas Cortes que harán lo que les dé la gana durante cuatro años. Pues no, no debemos aceptar semejante tomadura de pelo.

La abstención está creciendo en España. Ya va siendo el partido más votado, y los políticos se duelen de eso. El propio Santiago Abascal dice que comprende que crezca, porque el pueblo está desengañado de lo que hace este gobierno; que sí, que es cierto que ha cometido muchos dislates, pero que el que presidiría el propio Santiago Abascal sería igual de irrepresentativo y no podría separar el ejecutivo del legislativo, aunque quisiera hacerlo, porque la propia constitución lo impide, mediante el artículo 99 (el legislativo nombra al ejecutivo, imposibililitando por tanto su inter independencia). Y estoy seguro de que ni Santiago Abascal, ni ningún otro político que pueda venir aupado en este régimen político a la Presidencia del Gobierno, nos llame para votar a Cortes Constituyentes. Estoy convencido de que este régimen que se ha adueñado de nuestras vidas y haciendas no se va a democratizar desde dentro.

Por lo tanto somos nosotros, el pueblo, quienes tenemos que hacer algo. Y el arma —poderosísima— que tenemos es la abstención. Cuando a ningún partido vote ni Dios —o sea, solo ellos y sus afiliados los voten— se acabó el cuento. Porque saben que no representan a nadie. En su oligofrénica concepción, representan a quienes les votan —y no, como es lógico pensar, a quienes los eligen—, así que habrá que darles su propia medicina: el no voto.

Dentro de dos domingos, el 9 de junio, nos piden los partidos que votemos para las elecciones europeas. Así, dicen, vamos a estar representados en el Parlmento Europeo, así —afirman— se tendrá en cuenta nuestra opinión en los temas que nos afectan. O sea, que somos unos primos fáciles de engañar, con el timo de la estampita, la papeleta del voto.

Porque yo dudo mucho que la mayoría de nosotros, los españoles, opinemos que haya que eliminar nuestra industria, nuestra agricultura, nuestra ganadería, y que nos convirtamos en una especie de parque temático para que los del norte de Europa vengan de vacaciones. Ahora hay regiones españolas, como Canarias y el Norte, que se quejan de que el turismo tan exagerado que padecemos han hecho disparar los precios de los alquileres y de la vida en general, de modo que muchos españoles que trabajan e incluso tienen buenos sueldos acaban viviendo en chabolas, porque el alquiler cuesta más dinero del que ganan. Eso pasa por las decisiones de Bruselas.

Lo que se merecen los diputados de Bruselas es que no les votemos. A ninguno. Dejemos de hacer el primo. No votemos a nadie. No se lo merecen.

Yo no voto. ¿Y usted?