“A veces, uno se arrepiente y no de las cosas que hizo mal, sino de las que hizo bien para la gente equivocada”.
Juan Sánchez | Opinión | Hay tantos errores sonámbulos en los pliegues del momento. Tanto camino transitado con los ojos cerrados. Tanta inocencia mancillada por una traición. Tanta confianza mutilada por el desencanto. Hay tantos traidores como ciegos en la oscuridad de su propia ignorancia. Tanta alimaña emboscada en la selva del fingimiento. Tantas horas sin nombre más allá del dolor primero.
Definitivamente, somos una especie en extinción, nosotros, los cándidos, los confiados, aquellos que van de frente, los que se llevan todas las hostias perdidas y, aún así, vuelven a pecar de insensibles consigo mismo sin llegar a escarmentar del bestiario humano.
En capítulos anteriores apuntillé mi memoria en la dirección más inquietante. Sigo creyendo que no se puede esperar nada de esta humanidad en monstruosa decadencia. La maldad es moneda de cambio en estos tiempos de duelo general. La iniquidad una herramienta para el mundo de los feroces, con pensamientos aberrantes y actos atroces. Una época de ofuscación en el abismo que les habita, era de esplendor y rutilancia de sepulcros blanqueados donde la inteligencia se pone al servicio de la vileza. Dicho en palabras llanas: ser inteligente es sinónimo de ser un canalla, y viceversa.
Los malos van ganado terreno sin nadie que les plante cara. La infamia galopa a su libre antojo por campos antaño sembrados de miel dorada y cálida mirada, liberada del terror ambiguo y el capricho de aquellos dioses cuyo nombre hemos ignorado aunque sigan manipulando el mundo ‘real’.
−¿Pero qué narices es el mundo real?−
He leído no sé dónde, que la maldad es como un paquete que se envía. Si decides aceptarlo, serás tú el depositario. Si, por el contrario, lo rechazas, el mensajero del miedo lo devolverá al remitente. Hay poco que explicar sobre ello. Por eso, cuando alguien ejerce la maledicencia y te envía un ‘regalo’ cargado de mierda arpía, eres tú quién decide si aceptarlo o retornarlo a su creador y único propietario. Incluso, si ese mensaje envenenado llegase por vía ‘legal’ −¿Qué cojones es legal, alegal, ilegal o ilícito?, ¿Son ‘legales’ aquellos que hacen y ejecutan las leyes?−, y no te quedan más cáscaras que cogerlo pero sin aceptarlo, aún puedes ejercer el retorno al remitente vía indiferencia. Además, una vez ponderada y certificada la mala fe del envío, puedes devolver “el marrón” al origen de la maldad.
−"Hay que respetar las leyes siempre que las leyes sean respetables"− (José Luis Sampedro)
No me digáis cómo ni por qué funciona, pero funciona. Y toda acción de defensa tras un ataque del lado mediocre, será legitimada por la luz universal. Aquellos/as que utilizan la boca del lobo para hacer daño, deberían saber que esas tinieblas llevan su nombre, apellidos, dirección, teléfono, mail, etc, etc, etc, y sabrán regresar de nuevo a su creador. Un autogiro bastante jodido, porque la oscuridad no gasta bromas ni admite errores. Así pues, antes de mandar un regalito de Navidad con toda esa carga de mala hostia que transporta, deberían mirar a su alrededor, valorar lo que se juegan y si merece la pena concebir el envío…
−“Toda acción conlleva una reacción de igual medida y proporción”− (Tercera ley de Newton)
En fin, señor cartero, DEVOLVER en tiempo y forma AL REMITENTE… y punto.
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