"Asistimos indiferentes a que el Puerto de Cartagena, en amasijo con el ayuntamiento, se gaste el dinero público en verdaderas pijadas con tufo a dineros podridos..."
Juan Eladio Palmis | Opinión | Cartagena | Quién le iba a decir a aquellos cartagineses del norte de África, gentes aguerridas, asidas a su tiempo, inconformistas, que sus descendientes, los que abundantemente se disfrazan de lo que no son, y a lo más que llegan sus dóciles bravuconadas es hacer el ridículo en los bares sobre su ciudadanía y valores locales. Y, a la hora de la verdad, a cualquier político tapadera, tránsfuga tragaperras que pase a su lado, lo único que le preocupa es preguntarle por “lo suyo”.
Pasar de un número estimado en más de cuatrocientas mil personas en el gueto de Varsovia (Polonia se conoce por el papa anticomunista redomado) a menos de treinta mil personas en apenas tres años, es un proceso, que, dentro de la lógica guerrera, que no es el caso, necesitaría que hubiera habido muchas fuerzas nazis custodiando a tanta gente. Cosa que no fue así, ni mucho menos.
Por culpa de cuatro gatos romanos, pasar en Cartagena, gobernando los mismos con distintas sayas, de ser una ciudad pujante, a ser la ciudad de las barras y los camareros, sin otra alternativa laboral que irse fuera de la ciudad o someterse a condiciones laborales de pura esclavitud, que para elevar la citada mala condición laboral ha costado mucha sangre en España y en Cartagena en concreto tiempos atrás, dice muy poco y dice muy mal del elenco cartagenerista.
La queja continuada de lo malo que son todos los demás y lo patriotas locales que somos desde el citado elenco cartaginés, es totalmente atentatorio contra la dignidad local más parca. Y asistimos indiferentes a que el Puerto de Cartagena, en amasijo con el ayuntamiento, se gaste el dinero público en verdaderas pijadas, que llevan encerrados un tufo a dineros podridos de los que ahora está denunciando el exbanquero Mario Conde en sus charlas, es algo que no se puede entender, salvo que el final cartaginés sea tan sumamente desagradable como escuchar continuamente el “vamos a hacer”. Por tanto, imbéciles, votarnos.
Para un servidor, los robos de dinero público disfrazados de Batel, Plazas Mayores, Pabellones Deportivos, plantillas de funcionarios para que los vote, complicidad silenciosa con la derechona que está vendiendo el país a cachos grandes, que nos ha dejado sin ferrocarril y sin esperanza, pueden ser exactamente igual de identificadores de una población dócil y pasiva, como cuando corriendo el año de 1.935, en la ciudad alemana de Nuremberg, por unanimidad recordando la España católica del siglo XVI, se puso un distintivo para los judíos, con todo programado de antemano.
Cartagena, su campo, ya no es su campo; es el campo donde plantas recursos alimenticios gentes de fuera, generalmente ingleses y alemanes con el silencio cómplice de unos políticos que, por mucho que saquen el cuello y cacareen, se sabe que ni representan a nadie, ni gozan de estima alguna de la gente, a las que, por otro lado, con sonrisa de manual, las desprecian en sus necesidades locales a sabiendas de que llevan muchos años disfrutando como quieren y les da la gana, y lo van a seguir haciendo.
El Mar Menor, los Tanques de Tormenta, el Puerto de Cartagena, y la carencia total de una obligada rendidura real de cuentas que decante la utilidad de un uso alegre, pero más oscuro que los cojones de un borrico valenciano, del dinero público que a ellos no les cuesta gastarlo ni disfrutarlo, del que han llegado al pleno convencimiento de que es suyo, son las arenas movedizas en las estamos pisando en la confianza que alguien vendrá, y, como muy poco, nos dejará exponer nuestras subyugantes valentonerías en los bares.
Salud y Felicidad sin Otan. Juan Eladio Palmis.
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