CRÓNICA ROSA
José Juan Cano Vera | Opinión | Cuando entré en la hermosa habitación del Hotel Galúa, sentí tanta luz como una borrachera de alegría, luego la mar, una alfombra azul por donde podías caminar con los ojos bien abiertos, y luego los dos ramos de margaritas, blancas y amarillas, pero estaba solo como actor único de una escena de Zorrilla. Las arrojé al agua, una a una, se fueron flotando a la deriva, navegando hacia la isla Grosa, hasta que desaparecieron en lontananza, quizás con la esperanza que vuelvan, como las golondrinas.
No lo creo, este hotel, con las mejores vistas de los dos mares de nuestras costas, sobre una península, es un recuerdo, siempre es un recuerdo, no un presente que se me escapa de las manos, como una pavesa de algo que me quema, el alma, como un verso suelto, también la imagen bella de la huida de una estrella, el sol que se pone entre los picachos de los Urrutias, con esa música de fondo de unas olas que no me acarician, falsa locura, no de un romántico, sino de un herido en la epidermis de un filósofo, que se lame sus propias heridas de mil batallas oscuras. Es una historia sensible en un mundo que odia, que no sabe perdonar y que no te ama, tiembla, como cuando ahora el drama se desencadena y arde. A algunos nos queda el valor, y flotamos como las margaritas emproando a la isla.
-- Es la mar tranquila platinado espejo donde ya la luna su luz va meciendo sobre la laguna quieta... y me quedo solo pero navego que no es poco, mañana descanso. Tus labios escarlatas sorbían champán y tus dedos deshojaban tus margaritas otra vez sin navegar cuando hay que amar.
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