“Queréis Tradición Religiosa; Pues Tomad Historia”

Juan Eladio Palmis | Opinión | Cartagena | No se debería de hable aislado la historia de la Península Ibérica, de todo aquello que aconteció en el norte de África y que tanto le afectó, especialmente a las tierras meridionales nuestras, y, a la totalidad de las que se extienden de los montes Pirineos para abajo.

Procedente de la ciudad de Bizancio, una secta religiosa, el cristianismo católico, corriendo el siglo segundo en la cuenta del tiempo de la Era, se extendió por todo el norte africano, por los actuales estados de Libia, Marruecos, Túnez, Egipto, Argelia, como lo hace el aceite sobre un papel de estraza.

La citada secta religiosa oriental bizantina, estableció su sede principal en la ciudad norte africana de Cartago, y el obispo de Cartago, disfrutaba de los rangos y privilegios de ser el Patriarca de la Iglesia de África, como otro patriarca, todos luciendo, como el papa actual, calzas granates, lo era en Bizancio.

En Cartago o en cualquier ciudad capital de las seis provincias eclesiásticas que se dividió todo el norte africano: Mauritania Cesariense, Mauritania Imperial, Numidia, Byzacena y Trípoli, se celebraban Asambleas Episcopales, Sínodos Africanos Cartaginenses Y aunque pronto, viendo la necesidad de la creación de sus mitos o dirigentes locales, crearon los santos como San Tertuliano, San Agustín, o San Cipriano, la mancha de aceite se detuvo, y lo que parecía que no iba a tener fin, se fue apagando en número de seguidores, hasta el extremo que en el siglo VIII, ya no era nada fácil encontrar cristianos católicos por el citado norte de África, porque, entre otras muchas cosas, lo complejo de la trinidad, lo de tres dioses en uno, ponía a la gente fuera de juego.

Por tanto, para el cristianismo, el pasar de dominar todo el norte de África, a que la doctrina de un bereber libio, Arrio, hiciera lo mismo pero a la inversa, estableciendo el principio de un solo dios, algo mucho más entendible que lo del trino en uno del catolicismo, le sirvió de ejemplo a los cristianos; que se quedaron con muy mal sabor de boca, y reaccionaron a la acción religiosa que, procedente del citado norte de África, se extendió rápida y feliz por toda la Península Ibérica sin problema de ninguna clase, bajo una forma religiosa diferente del cristianismo bizantino.

Quiere decir, que la simpleza, lo que tradicionalmente nos han contado de que unos moros invadieron la península ibérica y nos pusieron a todos turbantes, nos aficionaron al harén, y nos quisieron imponer su religión, no pasa de ser una de las muchas milongas que por centurias nos han contado y nos siguen contando, porque la apuesta fue que, cuando los cristianos se vieron que en la Ibérica llevaban el mismo camino que en norte de África, de desaparecer, se aferraron con fuerza a la tabla del poder, fuera el poder que fuera, y aguantar el tirón, porque siempre se contempla mejor la vida desde el patio de un convento de vida contemplativa, que con el mango de un legón en la mano, regando a pie de agua un bancal en enero.

Pertenezco de lleno a la corriente de tratadistas (sería por mi parte una pedantería auto intitularme de historiador) que defendemos que en España, lo único que hubo, como en el norte de África, fue un cambio religioso entre dos territorios, lo que después se llamaría España (todavía sin terminar de coser del todo), y paisanos nuestros que vivían del otro lado de la mar Mediterránea, a los que les jodió tanto como a nosotros la invasión de los pueblos germánicos de las tierras frías de norte Europa, y si no había bastante con ellos, del fondo de saco de la tierra oriental asiática, y siguieron haciendo lo que se venía haciendo por muchos milenios: Subir o bajar de una orilla a otra del Mediterráneo.

Luego que se pelearan los llamados moros entre sí en la Ibérica o en el norte de África, fue una realidad que se mantuvo incluso cuando se enfundaron las espadas y quedaron piedras para tirarnos de un pueblo a otro.

Y con esto pretendo decir que lo de la burrica, podar los olivos y las palmeras, no es tradición nuestra.

Salud y Felicidad.

  • Juan Eladio Palmis